Accidentes de tráfico con niños: una dura carga psicológica

26 abr 2019 Factor Humano
La experiencia lo demuestra una y otra vez: los accidentes de tráfico provocan en los niños una fuerte sensación de miedo e impotencia, independientemente de si los han presenciado o han estado involucrados de forma directa. El peligro experimentado de forma subjetiva por el niño es especialmente importante, mientras que la gravedad de las lesiones sufridas tiene menos relevancia.
En el momento del accidente e inmediatamente después aparece, en primer lugar, un estado psicológico de excitación y, como consecuencia, se liberan grandes cantidades de hormonas del estrés. Los niños reaccionan a esta situación con lágrimas, gritos, agresividad, temblores y mareos. Dependiendo de la gravedad de las lesiones, es posible que corran agitados de un lado para otro o huyan del lugar del accidente. En algunos niños aparece una gran necesidad de hablar: quieren comunicar inmediatamente lo que han experimentado. En cambio, otros niños se quedan «de piedra». De pronto, se quedan inmóviles, son incapaces de moverse y se muestran retraídos. En un primer momento, puede parecer que son indiferentes al accidente. No obstante, solo es un mecanismo de protección para no estar totalmente abrumados por lo que han vivido.
Para los niños es particularmente estresante ver a personas muertas o heridas, sangre, vómito u otros rastros de un accidente, como marcas de frenado en la calzada. Los niños perciben con más intensidad que los adultos los olores especialmente fuertes, penetrantes o desconocidos que, además, les pueden provocar temores, dolores de cabeza o náuseas.
Cuando un niño resulta herido en un accidente de tráfico, sentirá un dolor correspondiente, pero la percepción subjetiva de ese dolor variará en gran medida. En particular, los niños más pequeños pueden considerar como inofensivas algunas lesiones peligrosas, mientras que lesiones sin importancia como las heridas superficiales les pueden parecer extremadamente graves. Por miedo a empeorar la situación, a tener que someterse a dolorosos tratamientos o a que les regañen, en particular los niños más pequeños tienden a callarse dolores y pensamientos angustiosos. Esto debe tenerse en cuenta al evaluar el estado del niño.
Si durante el accidente de tráfico había una persona de confianza presente, los niños se sienten mucho más seguros, mientras que las experiencias vividas sin un acompañante de este tipo se perciben como más estresantes. Cuanto más tranquilas y relajadas estén las personas de confianza durante un accidente y en los primeros momentos posteriores, más preparados estarán los niños para afrontar lo vivido.
Cuando un niño resulta herido en un accidente, el resto de víctimas y familiares —sobre todo, los padres— sufren especial conmoción. Para aquellos implicados directamente en el accidente y el resto de personas afectadas, la cuestión de la culpabilidad suele ser crucial. Los testigos que presencian un accidente también pueden verse fuertemente afectados. No obstante, como no tienen un vínculo emocional y personal con las víctimas directas, no suelen necesitar el mismo nivel de atención psicológica que los familiares.

Desarrollo del estrés psicológico de un niño en el período posterior a un accidente de tráfico

En principio, los niños y los ancianos presentan un mayor riesgo de sufrir traumas patológicos después de un evento psicológicamente estresante. Los niños más pequeños suelen estar más afectados que los mayores, ya que son menos estables emocionalmente y carecen de estrategias de superación basadas en la experiencia. En niños traumatizados, se pueden desarrollar alteraciones del desarrollo emocional, social y psicomotriz. Además de una reacción de estrés agudo, las consecuencias emocionales a corto plazo pueden ser miedo, ira, vergüenza, tristeza y apatía. Después del accidente, los pensamientos suelen girar en torno a lo ocurrido. Al igual que en los adultos, los recuerdos pueden repetirse una y otra vez y causar trastornos del sueño. Además, a menudo se producen problemas de concentración y, en algunos casos, puede bajar el rendimiento escolar. No es extraño que después de un accidente se modifiquen los hábitos alimenticios: a menudo, tras una experiencia traumática de este tipo, los niños pierden o ganan peso de forma considerable.
En un estudio de la Academia Bruderhilfe, en el 38 % de los niños que habían vivido un accidente de tráfico se manifestaban síntomas de estrés psicológico incluso después de cuatro años. Asimismo, un 37 % de estos niños seguían sintiendo miedo en el tráfico rodado. Un 30 % de los niños evaluados se quejaban de trastornos del sueño y un 16 %, de pesadillas e intranquilidad frecuentes. En un 21 % de los casos aparecían dificultades de concentración y en un 16 % se produjo un descenso del rendimiento escolar. Un 12 % de los niños desarrollaron agresividad y ataques de ira. Se observaron otras consecuencias, algunas de ellas mucho después del accidente de tráfico.

Se pueden manifestar trastornos de ansiedad o de pánico, así como depresiones.

A largo plazo, existe un riesgo de trastornos de adaptación, aislamiento social, actos compulsivos específicos, erupciones cutáneas, dolores de cabeza, úlceras, trastornos digestivos e infecciones. En particular, los adolescentes pueden desarrollar adicciones al alcohol, la nicotina y otras sustancias. Especialmente en los niños, los síntomas psicológicos después de un accidente de tráfico se pueden manifestar con un retraso considerable. El hecho de que un niño no muestre cambios de comportamiento al principio no es una garantía de que no haya sufrido ningún trauma psicológico. Los padres y los maestros suelen subestimar las consecuencias psicológicas de un accidente de tráfico en la infancia, por lo que no se proporciona la ayuda necesaria. Un trauma psicológico de este tipo no tratado conlleva el riesgo de desarrollar otros trastornos psicológicos en etapas posteriores de la vida.
No obstante, algunos niños son totalmente capaces de procesar de forma apropiada lo que han vivido. Un entorno familiar sano, así como vínculos de confianza existentes con personas adultas de confianza y amigos, reducen las cargas psicológicas y ayudan a superar la experiencia. Para ello, resulta especialmente útil que el niño se atreva a hablar de forma abierta sobre sus pensamientos y sentimientos con las personas de confianza y a aceptar ayuda. Haber sufrido un accidente y afrontarlo también puede tener efectos positivos, por ejemplo, un fortalecimiento interior, la mejora de la madurez social y un aumento de la sensación de responsabilidad.
En principio, después de un accidente de tráfico, los niños pueden recibir ayuda psicológica de emergencia como medida de apoyo. Para tomar las medidas apropiadas, es necesario reconocer a tiempo qué niños corren riesgo de desarrollar un trastorno postraumático a largo plazo. Si los síntomas postraumáticos no disminuyen como muy tarde después de cuatro semanas, o si un niño sufre de forma especialmente acusada, se debe buscar ayuda terapéutica.