CARRERAS ILEGALES Y CONDUCCIÓN PARA LLAMAR LA ATENCIÓN

12 may 2022 Factor Humano

En numerosos países, la conducción a velocidades inadecuadas, violando los límites de velocidad y realizando carreras, supone un peligro para la seguridad vial. En Alemania, por ejemplo, aproximadamente uno de cada tres accidentes de tráfico mortales se atribuye a esta causa. Más de la mitad de todos los delitos que constan en el registro de aptitud para conducir se deben a infracciones de los límites de velocidad, y hay que contar con un número muy elevado de casos desconocidos. La práctica de carreras a alta velocidad se observa en gran medida en conductores jóvenes. La legislación abordó esta evolución en octubre de 2017, tipificando las carreras ilegales de vehículos como delitos con consecuencias penales en lugar de como infracciones. Para probar que se ha cometido, basta con demostrar una conducta al volante recíproca que incite a la competición, sin necesidad de que haya un acuerdo explícito previo.

Situaciones típicas en las que se llevan a cabo estas carreras son, por ejemplo, el inicio «clásico» de la carrera ante un semáforo o cuando los participantes retienen simultáneamente a los vehículos que circulan por detrás para poder competir en el tramo de carretera que ha quedado libre. También se originan carreras sucesivas cuando, tras conducir a velocidades excesivas individualmente, los participantes deciden enfrentarse en una carrera de velocidad. Los conductores que deciden participar en este tipo de competiciones hacen todo lo posible por poner a prueba sus aptitudes al volante en el tráfico rodado. Les entusiasma conducir en situaciones de peligro y a altas velocidades, así como la sensación de poder realizar maniobras peligrosas.
El número creciente de delitos de participación en carreras ilegales sugiere, especialmente en grandes ciudades y núcleos urbanos, un incremento del potencial de riesgo en las vías públicas. Solamente en Berlín, el número de procedimientos de investigación relacionados con la participación en carreras ilegales de vehículos fue de 600 en 2019 y de casi 700 en 2020. El grupo de jóvenes con edades comprendidas entre 18 y 25 años representa con un 50 % el porcentaje más elevado de todos los grupos de edad. En la mayoría de los casos, el conductor no era el propietario del vehículo. Es más, los coches eran a menudo vehículos de alquiler o prestados por terceros. Por este motivo, el estado federado de Berlín ha solicitado al Gobierno federal alemán que se presente un proyecto de ley que prohíba la cesión de vehículos con motores de alta potencia a conductores y conductoras noveles, con el fin de evitar que estos grupos de riesgo puedan utilizar este tipo de vehículos.
Los que participan en carreras suelen ser fanáticos de los coches que miden su autoestima y su identidad conduciendo vehículos de gran potencia en situaciones que llaman la atención. Por ello, además de divertirles, participar en carreras les permite crear una imagen de sí mismos. Características similares se observan también en un fenómeno conocido como auto posing, que consiste en la conducción para llamar la atención. A diferencia de un conductor que desea ir de un punto a otro con su vehículo, el poser o conductor pretencioso desea llamar la atención durante el trayecto y ganarse la aprobación de sus espectadores. Para conseguir este efecto, utiliza vehículos equipados con componentes llamativos y acentúa su puesta en escena conduciendo de forma provocativa y ruidosa. Para ello, los conductores pretenciosos adquieren a menudo vehículos antiguos de ocasión de marcas costosas. Para que recupere su aspecto de alto valor, el vehículo se dota de nuevos neumáticos y llantas, se baja la altura del vehículo, se tintan las lunas y se manipula el sistema de escape. Como consecuencia, muchos de estos vehículos dejan de estar autorizados para su uso en el tráfico rodado, al menos en países europeos.

TRASTORNO DE LA AUTOESTIMA

Los conductores pretenciosos están obsesionados con sus vehículos y quieren dar muestra de ello creando una imagen propia que se corresponde con sus ansias de distinguirse con tendencias compulsivas. Invierten grandes cantidades de tiempo y dinero en esta actividad y buscan con esmero el escenario perfecto para su espectáculo. Un circuito a través de calles estrechas de un centro urbano bordeadas de bloques de pisos de gran altura y bares y terrazas ofrece las condiciones ideales. En cuanto los establecimientos de restauración cierran y el público se despide, el conductor pretencioso pone también fin a su espectáculo después de haber repetido su «actuación» durante horas. Los posers asumen las consecuencias de sus exhibiciones, como multas, costosas transformaciones de su vehículo y conflictos con la policía, que no impiden que sigan cometiendo estas infracciones.
Esta ansia por vivir experiencias intensas y la tendencia a supeditar muchos aspectos de su vida a esta pasión, así como los repetidos perjuicios autoinfligidos mediante las multas y los costosos trabajos en el vehículo, ponen de manifiesto la existencia de problemas para controlar los impulsos. Sobra decir que el conductor pretencioso se sirve en gran medida de las redes sociales, que le abren la posibilidad de darse a conocer a un público más amplio y disfrutar de la validación que le proporcionan los «Me gusta». La persona que practica este postureo busca la aprobación para mejorar su autoestima. Por ello, puede que el trastorno de la autoestima sea una causa importante de esta conducta indebida. La conducción para llamar la atención se inició en Estados Unidos hace más de 40 años. Fue en este país en el que se originó ya en los años 70 del siglo pasado el fenómeno de los Low Riders, Hoppers y Hot Rods. Viejas berlinas de lujo se modificaron con trenes de rodaje de altura rebajada y sistemas de suspensión hidráulica que hacían posible que el vehículo botara. Estos atractivos vehículos, algunos pintados con diseños muy artísticos, se conducían generalmente a poca velocidad. El fenómeno Low Riding se convirtió rápidamente en un rasgo distintivo de los jóvenes mexicanos que vivían en Estados Unidos. Por ello, la conducción de estos vehículos constituye un acto de identificación cultural, distingue a los implicados en el entorno «ajeno» y se convierte en una cultura alternativa. Esto queda asimismo reflejado en el hecho de que estos vehículos son considerados cada vez más como objetos de arte y han llegado a exponerse incluso en museos. Ello refleja de forma especialmente particular la función del vehículo para crear una identidad, es decir, la posibilidad de demostrar la pertenencia del propietario del vehículo a un grupo determinado y su posición social.
La conducción para llamar la atención se inició en Estados Unidos hace más de 40 años. Fue en este país en el que se originó ya en los años 70 del siglo pasado el fenómeno de los Low Riders, Hoppers y Hot Rods. Viejas berlinas de lujo se modificaron con trenes de rodaje de altura rebajada y sistemas de suspensión hidráulica que hacían posible que el vehículo botara. Estos atractivos vehículos, algunos pintados con diseños muy artísticos, se conducían generalmente a poca velocidad. El fenómeno Low Riding se convirtió rápidamente en un rasgo distintivo de los jóvenes mexicanos que vivían en Estados Unidos. Por ello, la conducción de estos vehículos constituye un acto de identificación cultural, distingue a los implicados en el entorno «ajeno» y se convierte en una cultura alternativa. Esto queda asimismo reflejado en el hecho de que estos vehículos son considerados cada vez más como objetos de arte y han llegado a exponerse incluso en museos. Ello refleja de forma especialmente particular la función del vehículo para crear una identidad, es decir, la posibilidad de demostrar la pertenencia del propietario del vehículo a un grupo determinado y su posición social.Los Low Riders pueden, por ejemplo, pintar sus vehículos para identificar los distintos barrios según su origen mexicano o bien bandas callejeras mexicanas. Este fenómeno se retoma en los vídeos musicales de las bandas de hip hop afroamericanas de los últimos años, en los que se ha convertido prácticamente en un cliché que el rapero gangsta conduzca lentamente berlinas tuneadas por las calles del barrio.