En nuestra sociedad, tener permiso de conducir es muy importante, especialmente entre los conductores de más edad. El carnet de conducir garantiza la movilidad individual en muchas áreas de la vida y, entre otras cosas, representa la vitalidad, la independencia y el placer de conducir. Esta función creadora de identidad resulta especialmente evidente cuando a un conductor de edad avanzada se le retira el permiso de conducir: puede llegar a considerar que le han «robado» un documento importante y, en ocasiones, se siente como «una persona incompleta».
Las investigaciones muestran que perder el carnet de conducir también es percibido generalmente como una experiencia muy abrumadora entre los conductores jóvenes y provoca un malestar incluso mayor que un divorcio, una separación o el desempleo. Entre las personas mayores, las consecuencias negativas típicas de la pérdida del permiso de conducir son, por ejemplo, síntomas depresivos o el deterioro del estado de salud y de la satisfacción vital debido al menor número de contactos sociales.
Al mismo tiempo, la evolución demográfica plantea enormes desafíos a la comunidad vial. En la mayoría de los países de la OCDE —es decir, los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, como Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia, Francia, Italia, Alemania y muchos más—, las personas mayores son el grupo de población que más rápido crece. Según los datos de población de la ONU más recientes, de 2017, en 2040 vivirán más de 300 millones de personas mayores de 80 años en el mundo. En comparación, en 1990 eran 54 millones y en 2017, unos 126 millones. Se da una situación similar si miramos a los conductores de automóviles: las personas mayores también representan el grupo de más rápido crecimiento entre los titulares de permisos de conducir en todos los países industrializados, incluida Alemania. Como consecuencia del aumento de la esperanza de vida, cada vez hay más conductores sénior participando en el tráfico rodado.
El aumento constante desde hace 20 años del número de accidentes de tráfico provocados por los mayores de 65 se contrapone al deseo de mantener una movilidad a cualquier edad que permita garantizar la independencia, la participación en la sociedad y la calidad de vida. Así, se crea un conflicto de intereses que supone para los políticos y los expertos en seguridad un dilema casi imposible de solucionar. Por una parte, la movilidad de los conductores de edad avanzada debe mantenerse y fomentarse durante el mayor tiempo posible para evitar las consecuencias negativas de la pérdida del permiso de conducir mencionadas. No obstante, al mismo tiempo, también se aplica el principio del deber de protección estatal, según el cual no se debe exponer innecesariamente a la comunidad vial a riesgos evitables.
La clave para unas medidas de seguridad vial eficaces consiste en identificar de forma fiable a los conductores que pueden representar un riesgo especialmente elevado para todos los usuarios de la vía pública. Un enfoque metódico para esta valoración de riesgos consiste en analizar los errores de conducción y las causas de accidente más habituales, aunque sin olvidarnos de la evolución y los cambios del estado de salud típicos de la edad. De aquí pueden surgir importantes impulsos para las medidas de control y asesoramiento (Enforcement/Education), así como soluciones de diseño interconectadas (Engineering).