Una mayor atención disminuye el riesgo de accidentes
Los niños participan en el tráfico rodado desde el inicio de su vida. La socialización vial ya comienza cuando son bebés, aunque no sean conscientes de ello. Al principio, los niños participan en el tráfico principalmente acompañados por sus padres; en la mayoría de los casos, como pasajeros de turismos, pero también en carritos de bebés y, más tarde, en patinetes o en bicicletas sin pedales. Cuando llegan a la edad escolar, comienzan a participar de forma independiente en el tráfico rodado. No obstante, a medida que aumenta su independencia, aumenta también su riesgo de sufrir un accidente de tráfico.
Una cosa está clara: el comportamiento en la carretera se aprende a lo largo de toda la vida. Y, como bien es sabido que la práctica hace al maestro, se necesita tiempo para adquirir e interiorizar todos los conocimientos y habilidades necesarios para la supervivencia. La velocidad de aprendizaje está condicionada por las limitaciones del desarrollo: no se puede dar el segundo paso sin haber dado el primero antes. Aunque hay niños talentosos y adelantados y también es posible acelerar los procesos de aprendizaje mediante la práctica temprana e intensiva, la secuencia de los pasos de desarrollo es inalterable, ya que está determinada por patrones psicosociales básicos.
Uno de los requisitos fundamentales para que el niño participe de forma segura en el tráfico es que disponga de las competencias necesarias. Entre ellas se encuentran, por ejemplo, el control de la percepción y la atención, el conocimiento y la comprensión suficientes de las normas, así como las competencias motrices y sociales. Durante mucho tiempo se creyó que estos requisitos de rendimiento estaban desarrollados por completo alrededor de los 14 años. Esto puede ser cierto en situaciones de tráfico sencillas y claras. No obstante, a medida que aumenta la complejidad, es evidente que incluso en este grupo de edad la interacción de las capacidades individuales aún no está totalmente desarrollada. Por ejemplo, la velocidad de percepción y la visión periférica aún presentan deficiencias. Para poder evaluar qué se puede esperar de un niño en el tráfico rodado según su edad, se debe examinar de cerca el desarrollo de sus habilidades y capacidades individuales.
Capacidad auditiva
En los bebés, la capacidad auditiva general ya está bien desarrollada. Únicamente la sensibilidad es menor, y por ello los niños solo perciben sonidos a partir de una intensidad más alta. Ya a los cinco años, la audición direccional (¿de dónde viene el sonido?) y el reconocimiento auditivo de sonidos (¿qué o quién hace este sonido?) también funcionan bien en condiciones sencillas. Lo que resulta más difícil es la atención auditiva selectiva (¿qué sonido es importante?), que depende de la madurez del cerebro del niño y no suele funcionar de manera fiable antes de alcanzar la edad escolar media.
En principio, la audición es necesaria en el tráfico rodado para realizar valoraciones y estar protegido. Distinguir volúmenes y tonos, así como localizar y diferenciar sonidos, son algunas de las funciones más importantes de la percepción auditiva. No obstante, a pesar de que disponen de las capacidades funcionales, los niños de hasta ocho años no suelen utilizar la audición en el tráfico rodado. Aunque en principio son capaces de oír bocinas, timbres, chirridos o ruidos de automóviles, centran su atención sobre todo en otras cosas, como amigos y juguetes. Como consecuencia, el riesgo de accidente es elevado. Incluso a los once años, muestran capacidades más reducidas que los adultos en la percepción auditiva a la hora de localizar ruidos de motores.
Capacidad visual
Las funciones visuales básicas ya se desarrollan en el primer año de vida. Por lo general, entre los dos y los tres meses ya se perciben totalmente la claridad y los colores. Los bebés pueden reconocer objetos de formas sencillas, y esta capacidad se desarrolla durante toda la infancia hasta que pueden reconocer objetos en condiciones complejas (por ejemplo, bajo diferentes condiciones de luz o desde diferentes perspectivas) en la adolescencia, es decir, el período que comienza en la infancia tardía y, pasando por la pubertad, llega hasta la edad adulta.
En lo relativo a la agudeza y al campo visual, hay discrepancias sobre la duración del proceso de desarrollo. Según la metodología de medición, las edades pueden variar de forma considerable. Lo que parece seguro es que la agudeza visual se desarrolla en su mayor parte en el primer año de vida y, probablemente, el campo visual ya está presente a una edad temprana, pero no se usa por completo. Esto se debe a que los mecanismos cognitivos, es decir, aquellos que afectan al pensamiento, la comprensión y el conocimiento, aún no funcionan correctamente. A los seis meses, la percepción de la profundidad ya está bien desarrollada y sigue madurando aproximadamente hasta los once años. Esto está relacionado con la constancia del tamaño —la percepción de objetos de tamaño aproximadamente constante a pesar de las diferencias de distancia— y la estimación de distancias. Esta última capacidad parece estar totalmente desarrollada entre los seis y los nueve años. Las habilidades que mayor tiempo de maduración requieren son la estimación de velocidades y la búsqueda visual, que no funcionan de forma fiable hasta una edad de entre diez y doce años. Esto se debe a que requieren procesos cognitivos más complejos, como la focalización de la atención y la planificación y la ejecución de una estrategia de búsqueda.
En el tráfico rodado, hay muchas funciones visuales relevantes. Además de la agudeza visual de lejos y de cerca, no se deben descuidar la visión en la oscuridad, durante el crepúsculo y en la periferia del campo visual, así como la percepción de colores y movimientos. Un desafío especial es la percepción visual de la distancia y la velocidad, que solo funciona en combinación con las competencias cognitivas. Por ejemplo, los niños parecen compensar las deficiencias en esta área cruzando las calles con más precaución. De esta forma, utilizan huecos más grandes en el tráfico, que también les permiten compensar al mismo tiempo sus procesos más lentos de procesamiento y decisión. Esto se conoce como el «inicio lento».
También resulta problemática la identificación de lugares de cruce seguros. Hasta los nueve años, para elegir estos lugares, los niños tienen en cuenta sobre todo la visibilidad de los vehículos, independientemente de que otros obstáculos obstruyan su visión debido a su propia posición. Igualmente peligroso es que la búsqueda visual al cruzar la calle (es decir, buscar vehículos de forma activa con la vista), si es que se produce, tienda a desarrollarse como si se tratase de un ritual, incluso en niños de hasta 14 años. En este caso, muchos niños disponen de todas las capacidades necesarias pero no las usan —o no las usan lo suficiente— debido a las distracciones o la impulsividad.
Motricidad
Dado que el desarrollo motor progresa de forma muy diferente para cada persona, resulta casi imposible proporcionar información concreta sobre el momento en el que tienen lugar las diferentes etapas de desarrollo. Es necesario diferenciar entre habilidades y capacidades. Las primeras hacen referencia a patrones visibles de movimiento que se ejecutan de forma consciente e intencionada. Las formas básicas de movimiento, como sentarse, estar de pie, agarrar, correr o saltar, se adquieren en la primera infancia. Sobre todo en el primer año de vida se produce un aumento asombroso de las habilidades motrices gruesas y finas, que después siguen diferenciándose y mejorando gradualmente. Entre los siete y los ocho años, los niños alcanzan el nivel más alto de actividad motriz. Después se inicia un proceso de individualización, en el que el desarrollo del rendimiento motriz puede ser desde casi inexistente y estancado hasta muy dinámico.
En cambio, las capacidades motrices abarcan los procesos de control y funcionales en los que se basan las posturas y los movimientos. Entre ellas se incluyen no solo requisitos fisiológicos como la resistencia y la fuerza, sino sobre todo aspectos sensoriales y cognitivos y aquellos relacionados con la percepción y la motivación. Por ejemplo, lanzar un objeto hacia un punto determinado requiere, además de fuerza, una evaluación correcta de la distancia y una técnica de lanzamiento. Por ello, la adquisición de capacidades motrices solo es posible si el resto de áreas de desarrollo han alcanzado el nivel de competencia necesario. Un ejemplo de la compleja interacción de varias áreas funcionales es la visuomotricidad, que consiste en el uso de información visual para el control de los movimientos. Esta capacidad mejora a lo largo de la infancia, de modo que los movimientos correspondientes se pueden ejecutar progresivamente de forma más rápida, exacta y fiable. Otro ejemplo es la sensación de movimiento o conciencia corporal. Se trata de la conciencia de la propia posición en el espacio, que no se desarrolla hasta una edad de entre seis y doce años.
La regulación del equilibrio también requiere la interacción de diferentes funciones corporales. Por ello a los niños pequeños les resulta difícil en un principio mantener el equilibrio con los ojos cerrados. Dado que recurren principalmente a la información visual, les falta la orientación. En el proceso de maduración, la visión se vuelve cada vez menos importante y es sustituida por la conciencia corporal.
Un importante factor de riesgo en el tráfico rodado es la baja estatura de los niños. Por una parte, a los niños les cuesta trabajo ver qué se oculta tras ciertos obstáculos y, por otra parte, los demás usuarios de la vía pública también tienen más dificultades para verlos.
El equilibrio desempeña un papel especialmente decisivo en los desplazamientos en bicicleta. En este caso, el problema es que la cabeza de los niños es demasiado grande en comparación con su cuerpo, lo que dificulta su equilibrio. Desde el punto de vista motriz, los niños de unos diez años tienen competencias suficientes para conducir. No obstante, para conducir de forma segura en el tráfico rodado, son necesarios procesos motrices y cognitivos mucho más complejos que requieren la interacción de diferentes áreas funcionales, y los niños no disponen de las capacidades necesarias para ello hasta los 14 años aproximadamente. De hecho, en este caso, la sobrevaloración de las propias facultades y la predisposición al riesgo, inherentes al desarrollo durante la pubertad, conllevan un mayor riesgo de accidente.
Capacidades cognitivas
Una de las capacidades cognitivas más elementales es la atención, que en los primeros años se controla sobre todo de forma reflexiva. Esto significa que el niño simplemente reacciona a estímulos externos visuales o acústicos. Solo entre el quinto y el undécimo año de vida se desarrolla la capacidad de dirigir la atención hacia algo de forma deliberada e intencionada. El nivel adulto se alcanza con unos 14 años. En lo que respecta a la seguridad vial de los niños, esta capacidad tiene una importancia fundamental, ya que solo pueden controlar su comportamiento de forma cognitiva si realmente dirigen su atención al tráfico. En cuanto se produce una distracción, desaparece la conexión con la memoria, incluyendo también la conexión con los conocimientos sobre tráfico, las normas viales, las pautas de comportamiento y la conciencia del peligro. En consecuencia, hay un riesgo elevado de accidentes. El fenómeno de la distracción se mantiene hasta la pubertad. Algo similar sucede con la atención dividida, es decir, la capacidad de prestar atención a dos o más exigencias al mismo tiempo. Las dificultades surgen, sobre todo, cuando las tareas tienen diferentes prioridades.
Conciencia del peligro
La conciencia del peligro se desarrolla en tres etapas a partir de los seis años. Primero se desarrolla una conciencia aguda del peligro: solo se reconoce un peligro cuando ya ha aparecido, por lo que en ocasiones apenas hay posibilidad de actuar. Después, alrededor de los ocho años, se desarrolla la conciencia anticipatoria del peligro, mediante la cual los posibles peligros ya se reconocen de antemano como tales. En esta fase, los niños aún pueden cambiar la situación de peligro concreta, o incluso evitarla por completo, mediante acciones alternativas. En la última etapa, que comienza alrededor de los nueve o diez años de edad, aparece una conciencia preventiva del peligro, que permite a los niños evitar peligros antes de que surjan. Sin embargo, cabe señalar que, a partir de la etapa de la conciencia anticipatoria, no solo las propias experiencias en materia de tráfico son imprescindibles para una evaluación adecuada de los peligros: en particular, también se debe disponer de conocimientos sobre los peligros específicos de los medios de transporte para poder reaccionar de forma apropiada.
Algo que dificulta todo esto es que la conciencia del peligro varía según la situación. Especialmente mientras juegan, los niños pequeños se sienten mucho más seguros que lo que correspondería a la situación real de tráfico (alta sensación subjetiva de seguridad a pesar de una baja seguridad objetiva). En la pubertad, los peligros se reconocen pero se ignoran o, incluso, se buscan, por ejemplo, realizando maniobras de conducción arriesgadas, corriendo por la calle o retándose a pruebas para demostrar valor.