Conocimiento y comprensión del tráfico
Mientras que el conocimiento del tráfico hace referencia a la reproducción de conceptos, normas y señales aprendidos, la comprensión del tráfico incluye además las capacidades cognitivas necesarias para poder analizar, juzgar y procesar de forma diferenciada cada situación de tráfico. Los niños más jóvenes tienden a aprender de memoria la información vial, pero en situaciones reales tienen evidentes dificultades para aplicar las normas o interpretar las señales correctamente. También se observa que, en realidad, la mitad de los conceptos viales aparentemente conocidos no se comprenden en absoluto en términos de contenido. En general, la comprensión del tráfico aumenta constantemente durante la infancia. El salto más grande lo protagonizan los niños de entre seis y siete años que comienzan el colegio. A partir de este momento, pueden aplicar cada vez mejor lo que han aprendido y comprendido a situaciones concretas de tráfico, mientras que las mayores dificultades se producen cuando la situación no se ajusta a los entornos conocidos. Además, durante mucho tiempo, los niños tienden a adaptar su comportamiento de forma estática a lo aprendido y no a la situación real. Un ejemplo de ello son los pasos de cebra, que los niños declaran zonas seguras. Y es que suponen, de forma natural, que los coches pararán en cualquier caso. Como consecuencia, antes de comenzar a cruzar el paso de cebra no miran a los lados o lo hacen solo de forma superficial.
Cambio de perspectiva
Los niños más pequeños actúan desde una visión egocéntrica del mundo. Hasta la edad escolar media, perciben las diferencias entre ellos y los demás, pero se consideran el centro de atención y dan por hecho que los demás tienen el mismo punto de vista que ellos. No son capaces de ponerse en el lugar de otros usuarios de la vía pública ni de realizar un cambio de perspectiva espacial. Ejemplos clásicos de ello son las suposiciones infantiles de que solo pueden ser vistos por las personas que ellos mismos pueden ver y que —a pesar de que haya obstáculos que obstruyan la visión— si no ven ningún coche, no hay ningún coche.
Solo con el paso de los años se desarrolla la capacidad de reconocer otras perspectivas, asumirlas y anticiparlas. Este proceso no finaliza hasta llegar a la pubertad. En ese momento, los jóvenes son capaces de reconocer perspectivas de grupos completos y tenerlas en cuenta en su comportamiento (las personas ancianas reaccionan con más lentitud, los conductores tienen dificultades para ver a peatones y ciclistas en la oscuridad).
Los niños como peatones
En todas las etapas del desarrollo, los niños se diferencian de forma evidente de los adultos en cuanto a su participación en el tráfico. Lo positivo primero: los niños, al contrario que muchos adultos, tienen muy en cuenta las normas de tráfico. Aunque lo hagan a su manera, utilizan los elementos de ayuda para cruzar, como los pasos y los semáforos para peatones, atraviesan la carretera por el camino más corto o esperan si el semáforo está en rojo.
En el resto de los casos, el comportamiento de los niños en el tráfico se puede describir más bien como inestable e impredecible. En particular, los niños más pequeños actúan con mayor intranquilidad y rapidez en el tráfico rodado. Sus movimientos son menos regulares y su atención no suele estar puesta en el tráfico. Los niños que corren, saltan y chillan al borde de una carretera son la pesadilla de muchos conductores. Si los vemos jugando en grupo, debemos llevar las dos manos al volante, abrir bien los ojos, reducir la velocidad y estar preparados para frenar. Antes de cruzar una calle, tanto si es principal como secundaria, los niños no suelen mirar hacia los lados, o al menos no lo hacen lo suficiente. Siguiendo el estereotipo, suelen mirar a la izquierda y a la derecha, independientemente de la dirección de la que procedan los vehículos. No es inusual que aparezcan en la carretera de forma imprevista, lo que provocaría un accidente si el conductor no puede reaccionar a tiempo.
También es habitual que los niños se adapten y adapten su comportamiento como peatones al entorno del tráfico de forma más bien estática. Debido a su edad, no son capaces de adaptarse a cada situación, o les resulta muy difícil. Un ejemplo de ello es cruzar la calle entre vehículos aparcados. Los niños se detienen en el bordillo y desde allí comprueban si pasan coches, a pesar de que no vean nada. En cambio, no se paran de nuevo en la línea de visión y tampoco se aseguran en este lugar de que la calle esté verdaderamente libre de coches. Por otra parte, es habitual que los niños examinen de forma exhaustiva una calle con visibilidad antes de cruzarla. A menudo esperan hasta que la calzada esté totalmente vacía, lo que en algunas calles puede llevar bastante tiempo.
Los niños como ciclistas
Antes de que los niños usen la bicicleta de forma independiente como medio de transporte, les sirve para jugar y hacer deporte. Con las bicicletas sin pedales, su predecesor, incluso los más pequeños pueden practicar. Al llegar a la edad preescolar, la mayoría de los niños ya tiene una bicicleta. Montar en bicicleta es una actividad compleja que no solo requiere habilidades y capacidades motrices sino también, en gran medida, cognitivas y sensoriales. Además, para participar de forma segura en el tráfico, son imprescindibles un buen conocimiento de las normas y una percepción adecuada de los peligros. Los niños en bicicleta deben ser capaces de mirar hacia atrás sin descuidar el manillar, frenar de forma efectiva cuando la situación lo requiera, observar el tráfico rodado con atención e introducirse en él sin problemas.
No obstante, tanta exigencia les suele abrumar. En particular, los más pequeños no son capaces de llevar a cabo de forma independiente los procesos necesarios sin la ayuda de un adulto. Por ello, estrictamente hablando, (aún) no están preparados para desplazarse en bicicleta. Sin embargo, también se requiere precaución con los niños mayores. En Alemania, la Oficina federal alemana de estadística registra la tasa más alta de accidentes de bicicleta en el grupo de 10 a 15 años. Las causas de ello son, sobre todo, los errores de conducción al girar o no respetar la preferencia de paso. Además, especialmente entre los ciclistas más jóvenes, el conocimiento de las normas suele ser inadecuado.
Muchos padres reconocen el peligro al que están expuestos sus hijos y, por ello, al principio no les permiten desplazarse solos en bicicleta. Una encuesta realizada por el Consejo alemán de seguridad vial (DVR, por sus siglas en alemán) en el año 2012 indicó que un 56 % de los padres aún no permite a sus hijos montar solos en bicicleta durante el primer año de educación primaria; entre los niños de cinco a siete años, esta proporción alcanza incluso el 68 %. Un 28 % de los padres permiten a sus hijos circular solos en ocasiones, siempre y cuando el trayecto no sea demasiado largo, haya poco tráfico y consideren que el niño es suficientemente maduro. Un 14 % de los encuestados permiten a los niños desplazarse solos en bicicleta en su primer año de educación primaria.
Desde el punto de vista de la psicología del desarrollo, las deficiencias mencionadas anteriormente se pueden justificar de forma comprensible. La adquisición de las bases correspondientes tiene lugar entre los niños y los jóvenes en etapas o saltos de desarrollo. Acelerar los procesos desde fuera de forma efectiva solo es posible hasta cierto punto, por ejemplo, mediante una formación teórica y práctica. No obstante, esta solo puede llevarse a cabo si el niño está preparado y dispone de las bases de desarrollo necesarias.
El requisito fundamental para participar en el tráfico con seguridad montando en bicicleta es la utilización o la aplicación de los procesos motrices de forma fiable. Solo cuando el niño haya practicado lo suficiente con su bicicleta, dispondrá de las capacidades necesarias para observar con atención el entorno del tráfico y reconocer y observar los aspectos relacionados con la seguridad. Los predictores relevantes para la adquisición de una competencia motriz suficiente sobre la bicicleta son: la edad actual del niño, la edad del niño cuando comenzó a adquirir la competencia y la utilización de bicicletas sin pedales. En general, se supone que los niños de hasta ocho años siguen estando abrumados por la coordinación motriz de tareas básicas de conducción y los requisitos adicionales de movimiento relacionados con la seguridad (mirar hacia atrás, señalizar los giros con la mano, etc.).
No obstante, incluso con una práctica motriz suficiente, los niños de ocho a diez años siguen prestando demasiada atención a información irrelevante. Aún no dominan la capacidad multitarea, que suele ser necesaria para montar en bicicleta. Por ello, cuando tienen que realizar al mismo tiempo una tarea cognitiva y otra motriz, dan mayor prioridad a esta última. Como consecuencia, se retrasa el reconocimiento de estímulos relacionados con la seguridad, se prolonga el tiempo de reacción y, debido a la velocidad considerablemente más alta de la bicicleta en comparación con los desplazamientos a pie, el riesgo de accidentes aumenta. Los niños de doce años también necesitan más tiempo para reaccionar que los adultos.
Además, es fundamental comprender que los niños sobrevaloran considerablemente sus habilidades sobre la bicicleta y, en comparación con sus posibilidades reales, participan de forma demasiado arriesgada en el tráfico rodado. Desde el punto de vista psicológico, se distinguen dos saltos de desarrollo. De los siete a los ocho y de los 13 a los 14 años se producen mejoras considerables del rendimiento, especialmente, en el tiempo de reacción y en la conducción en línea recta sin desviarse. No obstante, incluso después de la maduración de los parámetros cognitivos, motrices y sensoriales, los jóvenes no comienzan a usar automáticamente la vía pública de forma fiable y segura. Esto se debe a que la menor conciencia del peligro, condicionada por el desarrollo, y la tendencia a una sobrevaloración de sí mismos aumentan de nuevo el riesgo de accidentes. Ejemplo de ello son la tendencia a realizar maniobras de conducción arriesgadas (conducir la bicicleta sin usar las manos, llevar auriculares) y la menor disposición de los adolescentes a llevar casco.
Otros países han establecido muchas más normas en este ámbito. En ellos, la legislación otorga una mayor prioridad a la protección de los niños y, por lo general, el uso del casco es obligatorio hasta los 16 años. Además, en estos países es obligatorio llevar casco en zonas no urbanas, independientemente de la edad.